jueves, 10 de octubre de 2013

"Escogida para el Altar"

Capítulo1 2° y 3° parte:
QUIERE RECIBIR EL ESPÍRITU SANTO ?
Analiza que pasos debes tomar y da lo mejor de ti, pues Dios es el más interesado en que recibas el bautismo con el Espíritu Santo:
1-Abandona todo lo que desagrada a Dios, todo lo que va en contra de Su Pa...labra;
2-Olvídate de tu pasado, no te condenes por los errores cometidos, ni pienses que no eres merecedora;
3-Arrepiéntete y toma la decisión de bautizarte en la aguas, comenzando así una nueva vida con Dios,
4-Aléjate de las amistades que perjudican tu fe, que te influyen de manera negativa, llevándote a hacer o hablar cosas que van contra la voluntad de Dios;
5-Convive lo máximo que puedas con personas de tu misma fe, ya que esto te ayudará espiritualmente para acercarte a Dios;
6-Busca sin desistir, muéstrale a Dios que Él es el primero en tu vida, y que quieres recibir el Espíritu Santo más que cualquier otra cosa;
7-Haz un propósito espiritual en ese sentido, como por ejemplo un ayuno, oraciones a la madrugada; algo que le demuestre a Dios que realmente estás interesada en tener un encuentro con Él;
Es necesario que te entregues totalmente a Él, dejando todas las cosas de este mundo, voluntad propia, tradiciones, deseos carnales, en fin, todo lo que pueda perjudicar nuestra comunión con Dios.
“Pues él nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu vivifica” 2 Corintios 3:6

DESIERTO ESPIRITUAL

¿Qué es el desierto sino un lugar árido, desolado, abandonado y solitario?
Si estás pasando por una lucha muy grande y te sientes sola, desolada y olvidada por Dios, es porque estas atravesando tu desierto.
En ese momento nos sentimos así, nadie nos puede ayudar, nuestras oraciones parecen no tener respuesta y sólo nos falta preguntar: “Dios, ¿dónde estás que no me oyes?”.
Pero el desierto no es un momento para hablar, es momento de escuchar lo que Dios quiere decirnos. Él nos lleva al desierto, porque allí tiene toda nuestra atención.
Todos los hombres y mujeres de Dios pasan por desiertos espirituales. No quiero decir que estos sean agradables y placenteros, pero son indiscutiblemente necesarios.
Cada desierto tiene un propósito, todos no pasamos por los mismos, ya que cada uno es adaptado por Dios según la necesidad del siervo, para moldear su carácter y hacerlo alcanzar su nivel máximo de espiritualidad y dependencia de Dios.
La persona que es de Dios pero aún no pasó por el desierto, no experimentó todavía el bautismo con fuego. Esta experiencia dolorosa nos hace crecer espiritualmente, alcanzar la madurez e incluso afirmar nuestra fe. Los desiertos nos enseñan a ser humildes, a comprender más a nuestros semejantes y a no ser apresurados al juzgar.
Podemos observar que las personas que no pasaron todavía por luchas en el área espiritual, tiene gran posibilidad de ser egoístas, egocéntricas y críticas con mucha facilidad. ¿Cómo podríamos comprender el sufrimiento de las personas, si nuestra vida constantemente fuese un mar de rosas?
Voy a relatarles mi primera experiencia, que en la época para mí fue una travesía por el desierto.
Yo tenía apenas 8 meses en la obra de Dios cuando mi esposo fue llamado para predicar la Palabra en Estados Unidos. Mi corazón se alegró, porque quería servir a Dios sin importar el lugar o país; sin embargo, no tenía idea de todo lo que iba a enfrentar.
Nunca había salido de mi país, a no ser de vacaciones, y mucho menos quedarme lejos de mi familia.
Cuando llegue a Los Ángeles, me cayó la ficha, como dice la frase. País nuevo, idioma nuevo, lejos de todos lo que me amaban y sin conocer a nadie. Me sentía sola, incapaz y, para completar, era también muy tímida.
Quería ayudar en la iglesia pero no sabía hablar el idioma, e incluso estar en la EBI era complicado, pues no entendía a los niños. Muchas veces para ungir a las señoras, me tenían que apuntar el lugar a donde querían, porque no entendía lo que decían. ¿Podría soportar un cambio tan radical?
Me acuerdo que me apegué a Dios como nunca. Al principio, lloraba durante la noche, sola, mientras mi esposo iba a hacer el programa de radio, ya que tenía conciencia que no podía pasarle mis debilidades. Él debía estar concentrado en la obra de Dios, y no quería molestarlo, entonces sufría callada.
Estuve en esa situación más de un mes, hasta que me di cuenta de que todo eso era una trampa del diablo para debilitarme y frustrar los planes de Dios.
En una reunión, hice aquella oración de “punto final”, me desahogué con Dios, le dije que no había elegido estar ahí, pero que si Él me había concedido esa honra tendría que arrancar de dentro mío todos los miedos, sentimentalismos y preocupaciones.
Mi familia no se había quedado muy bien después de mi partida, principalmente mi padre, y el diablo uso eso para distraerme y entristecerme. Pero gracias a Dios me di cuenta y pude tomar una actitud al respecto.
Aquel día me sentí liviana, estaba lista para realizar el plan de Dios en mi vida, nunca más lloré de noche, escondida. Fue una época difícil, pero conseguí superarla porque me apegué a Dios, busque en Él un refugio y puse un basta en aquella situación.
Hoy, cuando veo alguna esposa llegar de su país, busco darle una atención especial, pues se cuan difícil es al comienzo.
El desierto aparece de la nada, no necesita ser provocado por algo, simplemente llega y del mismo modo acaba. Pero con la diferencia de que al salir de uno de ellos, somos mejores siervos, con una fe mucho más afianzada y con muchas más características y cualidades de carácter de un siervo de Dios.
Los desiertos son como una escuela de fe, siempre que Dios quiere que sus siervos aprendan algo nuevo, Él los encamina para el desierto, para que de este modo sean probados y glorifiquen Su nombre. Los grandes héroes de la Biblia pasaron por esa escuela dejando grandes ejemplo de fe.
No existe un manual de cómo prepararnos para los desiertos, el secreto es permanecer a los pies de Jesús y aprender con cada experiencia.
“Así dice ahora el Señor, quien te creó y te formó: No temas, Jacob, porque yo te redimí; yo te di tu nombre, Israel, y tú me perteneces. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni las llamas arderán en ti.” Isaías 43:1-

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